Cuenta la leyenda que un viajero oyó a un juglar cantar sobre un pueblo, en una época que no recogió la Historia y una tierra sin cartografiar, donde vivía un ciudadanito humilde y honrado. Cada mañana, abría la cancela de su trabajado jardín y metía los dedos por la ranura de su buzón para recoger el correo. El primer sábado de cada mes, mientras asía las cartas con una mano, si las había, con la otra saludaba a su buen vecino, que se dirigía con orgullo e ilusión, cada mes con proyectos nuevos revoloteando por su cabeza, a la reunión mensual de una pequeña agrupación política. Pequeñísima, diría esta sincera narradora. Y cada primer sábado de mes, ciudadanito comentaba con cierta condescendencia las propuestas de su buen vecino. Ya no recordaba sus exactas palabras, pero todo se resuma en “política”. A veces la describía, otras veces lo invitaba a ella, y las más de las veces le hablaba sobre sus propuestas.
– ¿Política? – preguntaba animado su buen vecino.
– Déjate, déjate. Solo tengo tiempo para mi familia y mi trabajo. ¡Y aun así me falta! – contestaba evasivo ciudadanito.
– ¡Política!
Al mes siguiente, su buen vecino volvía a mirarlo con ojos relucientes.
– Realmente, mi buen vecino, ¿a quién le interesa la política?
– Política.
– Y qué haces en política, si no eres sobrino del concejal…
– ¿Política?
– ¡Si quisiera vivir del cuento!
– ¡Política!
– Mi buen vecino… ¡mi buen e idealista vecino!
– ¡Política!
No había cómo desanimar a su buen vecino. Ciudadanito estaba asombrado. Solo tras muchos meses, por fin se atrevió a opinar:
– Mi buen vecino, tienes familia y trabajo, no tienes enchufes en el ayuntamiento y no los quieres, porque eres un hombre honrado y si te dedicas a la política es por tus convicciones y tu vocación de servicio. Pero por eso mismo estás en un partido pequeño, pequeñísimo. Nunca habéis conseguido más que un puñado de votos y tus buenas ideas, que reconozco que son muy buenas, nunca se han materializado. Aun así, te veo cada mes salir de tu casa con paso firme y ligero, cantarín y sonriente, y me cuentas algo sobre tus nuevas propuestas. Mi buen vecino, ¡de qué sirven tus buenas ideas y todo el tiempo que les dedicas si no pasan de ese plano: el ideal!
– ¡Mi estimado ciudadanito! – exclamó su buen vecino con convencida esperanza y mirada serena – Solo espero a que tú y todos los ciudadanitos de este pueblo os despojéis de vuestro diminutivo y os convirtáis en verdaderos ciudadanos. Entonces, le habrá llegado la hora a mis ideas.
“No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”. Víctor Hugo.