Para llegar a nuestro destino, no hace falta inventar la rueda.

 

Me explico. La sociedad, la ciudadanía, ese colectivo de personas que compartimos un mismo espacio geográfico y temporal, en definitiva, la gente, por encima de todo compartimos un mismo deseo: vivir mejor.

 

Vivir mejor, con un mayor nivel de bienestar, con mayores libertades y, de ser posible, no a costa de quien nos rodea o de nuestro entorno, si no al revés, ayudando también a que los demás vivan mejor.

 

Para llegar a ese destino, ya tenemos nuestra rueda, una rueda en la que llevamos ya montados décadas, gracias a la sangre, sudor y lágrimas de nuestros mayores. Y la conocemos bajo diversos nombres, cada uno de ellos con su especial significado: Estado democrático y constitucional; Estado de derecho; Estado del bienestar.

 

Sin embargo, hoy nos parece que esa misma rueda en la que llevamos montados gran parte (o toda) nuestra vida ya no sirve, que hay que cambiarla, que ya no nos lleva donde queremos. Al contrario, nos da la impresión de que nos aleja cada vez más de ese destino al que hace no tanto parecía íbamos como sobre raíles y a velocidad de crucero.

 

Y nos preguntamos, ¿cuándo cambiamos de dirección? ¿por qué? y sobre todo, ¿quién ha sido el culpable de tan brillante idea? Miramos nuestra rueda, y la vemos vieja, deshinchada, abollada, y encima pierde aire por 3 o 4 sitios diferentes. Qué desastre, dan ganas de dejarla en la cuneta y seguir andando.

 

Pero quizás el problema no sea la rueda. Quizás el problema se encuentra en quienes la han dirigido. Políticos que, viendo que no se les exigían cuentas del rumbo elegido, en el mejor de los casos se devanaron los sesos en cómo seguir al mando de la rueda, y en el peor, simplemente se tumbaron a ver el paisaje pasar desde lo alto de la misma, ya que, a la vista de la inercia con la que rodaba la rueda, parecía impensable que alguna vez esta pudiera pararse. En todo caso, no hubo tiempo o agallas para mancharse las manos o sudar la camiseta haciendo las reparaciones necesarias para que la rueda luciera como antaño.

 

Está claro que quienes han dirigido la rueda deben asumir responsabilidades por su comportamiento. No tanto por haber cambiado de rumbo (todos podemos equivocar la dirección en un momento determinado), o porque la rueda de repente nos parezca vieja y anticuada (el paso del tiempo es algo inevitable), sino por la falta de diligencia y de lealtad hacia quienes nos encontrábamos viajando con ellos: Ciudadanos que depositamos nuestra confianza en ellos para que dirigieran la rueda.

 

Falta de diligencia, porque los políticos no han puesto su mente, corazón y alma en una tarea tan importante como apasionante, la de representar a la ciudadanía y dirigir un país. Es más, en muchos casos ni siquiera han puesto la diligencia mínima que podríamos poner cualquiera de nosotros en nuestro trabajo, por desmotivador que éste sea. ¿Se imaginan ustedes a Abraham Lincoln, a Winston Churchill o a Nelson Mandela jugando al Candy Crush?

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Y falta de lealtad, porque los políticos se deben a la ciudadanía, y deben en todo caso anteponer los intereses de ésta a sus intereses personales. Creo que no es necesario extenderse más en este punto, ya que hace mucho tiempo que no se publican ediciones de informativos o de periódicos que no contengan la palabra “corrupción”.

 

La asunción de responsabilidades por los comportamientos anteriores (los cuales reflejan una falta de ética abrumadora), deben conllevar en todo caso el abandono de las posiciones de liderazgo. Y es que la buena fe en en el comportamiento de un líder le permite compensar los errores en la dirección con una disculpa sincera. Sin embargo, como dice el dicho, se lidera con el ejemplo. Y los comportamientos poco éticos no son compatibles con el liderazgo.

 

Pero esas preguntas, sin dejar de ser importantes, no deben desviarnos de la pregunta principal, en la que debemos concentrar nuestros esfuerzos: Y ahora, ¿cómo llegamos de nuevo a destino?

 

Y aquí cada uno de nosotros tendrá sus ideas, unas acertadas, y otras no tanto, sobre la mejor forma de hacerlo. Unos dirán que hay que arreglar los pinchazos, otros que habrá que hincharla, o recauchutarla, o simplemente echarla de nuevo a rodar. Pero hay dos requisitos innegociables para enderezar el rumbo: hacerlo siempre montados en la rueda, y el comportamiento diligente, leal y ético de quienes la dirijan.