Quizás una de las cosas más difíciles de esta vida sea vestirla de coherencia, aunque también hay que decir que es una de las cosas más satisfactorias. Si nos sentásemos a reflexionar brevemente cada uno en lo más íntimo, siendo simplemente humanos, seguramente alcanzaríamos conclusiones muy parecidas que emanan de la antropología básica, sin ir más lejos. Querríamos que todo el mundo estuviera en paz, que disfrutase de los mismos derechos, que tuviera acceso a las mismas oportunidades sin mirar raza, sexo o religión… unos mínimos de igualdad, en resumen. Ahora, la pregunta clave es: ¿hasta qué punto nos lo creemos? Porque queda muy bonito pensarlo y decirlo, pero llevarlo a la práctica es harina de otro costal. ¿Somos unos más iguales que los otros? Es una invitación a la reflexión sobre las comunidades autónomas, el territorio español y nuestros compatriotas.
A todos nos chirría que muchísimas personas en el mundo vivan en la pobreza y se mueran de hambre, mientras que otros mueren por obesidad y por los excesos, solo por el simple hecho de haber nacido donde han nacido. ¿Acaso no vamos a aplicar ese mismo criterio a las personas más cercanas, como lo son nuestros vecinos y compatriotas? ¿No nos daría gusto viajar por todo el territorio español viendo que todos tenemos un mínimo, y que ese mínimo no es el mínimo absoluto sino un mínimo más que decente? Hay que apostar los proyectos que buscan “igualar por arriba”, en donde todos tengamos las mismas oportunidades. No hay mayor privilegio que la verdadera igualdad.